Moi !

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lunes, noviembre 13, 2006

El recuerdo de un libro


Una de las personas mas importantes que he conocido en esta etapa de mi vida es un niño al que quiero muchisimo es mi amiwazo Kike, ha sido una persona que me ha ayudado cuando tengo dudas de algo, ademas de que con el he compartido cosas geniales como las laaaargas platicas que tenemos sobre "x" tema, ir al cine, ir por un cafe al starbucks, es uno de los integrantes del grupito que siempre vamos a comer los viernes o hacemos algo, ademas de que por supuesto que es mi paisano: yuca! xD Imaginense! somos los unicos de la generación que provenimos de tierra maya jeje pero bueno... el caaaaso es que... un dia... mas bien una noche mientras platicabamos, tocamos el tema sobre nuestros seres queridos que han fayecido (mi abuela materna que murió el año pasado juuuuuustamente el dia que llegue a Puebla y su tio favorito quien tambien fayeció mientras el estaba aqui) y justamente hablabamos de ello cuando me dijo que habia escrito algo sobre ello, me lo envió y la verdad es que me gustó muchisimo, porque te hace pensar en los seres queridos de otra forma algo diferente a lo que estamos acostumbrados, me gustó tanto que le pedi permiso de publicarlo aqui, así que aqui lo tienen, espero que les guste... y si no... que lastima, eh? porque esta bien bonito! jejeje TE QUIERO MUCHISIMO (nuestro, osea porque ya ves que eres de todas las amiwazas de RI xD ) KIKE!!!




El recuerdo de un libro



Dice Gustavo Adolfo Bécquer que el recuerdo que deja un libro es más importante que el libro mismo. No se equivoca. Hoy le encontré un sentido nuevo a esa frase.

A veces me olvido, al poco tiempo de haber terminado de leer un libro, del final, al grado de volver a leerlo para recordar por qué lo disfruté tanto. Pero siempre queda el mensaje tan único y personal que la historia me dejó, tan particular para cada lector y para lo que está viviendo al momento de tener el ejemplar en sus manos.¿Cada persona es un mundo? Yo más bien creo que cada persona es un libro, una novela escrita en primera persona. Así es, el autor es también el personaje principal. En cada capítulo encontramos información sobre la personalidad del protagonista, la visión que tiene del mundo, los lugares que ha visitado y los viajes que aun quiere hacer, sus gustos en arte e inclinaciones políticas, sus creencias religiosas y aficiones deportivas, sus canciones y películas favoritas. Con cada página se revela algo más de sus sueños y experiencias, sus amores y secretos, sus orgullos y frustraciones, sus planes y arrepentimientos, sus miedos y manías, sus éxitos y talentos, sus vicios y virtudes.Después de cerrar el libro podemos sentir satisfacción por haber disfrutado de tan buena pieza literaria, emoción por esperar una segunda parte, o un gran alivio porque el aburrimiento ha terminado.En todo lo anterior encuentro la respuesta a algunas de las tantas preguntas que me vienen a la mente cuando muere una persona que quiero. Si vivió mucho o poco tiempo, ¿qué diferencia hace? La extensión del libro no es tan relevante. ¿Quién puede decir si es mejor “El Quijote” o “El Principito”? Si tenía pocos o muchos amigos, qué tan conocido era, su reputación entre la gente que no lo conocía tan de cerca. Lo que los críticos tengan que decir al respecto es un adorno que no necesariamente hace justicia a la calidad de lo escrito. El recuerdo del libro es más importante que el libro mismo. ¿Por qué lamentarse y sufrir porque terminó, en lugar de disfrutar el recuerdo que permanece y que mantiene viva a la persona en la mente y en el corazón? Entre los recuerdos de algunos de esos libros está el de mi tío Ricardo. Su sonrisa al saludarme, sus chistes de sobremesa, sus consejos, su interés y su auténtica preocupación por toda la familia, su capacidad de hacer que todos los que estuvieran a su alrededor se sintieran cómodos y entraran en confianza, sus tennis, verlo bailar el valse en los quince años, la peluca y los lentes de sol con los que llegó aquella vez a una cena en mi casa, mi primer trabajo, mi primera computadora cuando cumplí ocho años. Su idea de ir todos al Parque de las Américas a las dos de la mañana en mi cumpleaños, y convencer a mi mamá de que me dejara faltar a clases al día siguiente. Platicar con él en su oficina sobre mis planes para la universidad, los viajes de los Torre a Holbox y a Akumal, los nombres de sus discotecas, sus e-mails, el teléfono en su BMW, su pasión por la música. Su gusto y habilidad para organizar fiestas, planear viajes y aprender al menos unas cuantas frases de cada idioma; por algo somos de la misma familia. Sus serpientes y demás mascotas, sus carcajadas y su buen humor, sus adquisiciones de última tecnología, los paseos en lancha y las idas a pescar, mi despedida en la playa.

Aprovechaba tanto el tiempo y disfrutaba tanto el día a día que, hace un año cuando puso el punto final de su historia, pudo sacar lo mejor de un desenlace un tanto triste y permitir que, lejos de quedar como una tragedia que uno no quisiera volver a leer, su libro se convirtiera en un verdadero clásico de mi biblioteca personal.

En la portada no está su nombre y apellido, ni las fechas de nacimiento y muerte; no hay frases de pésame ni se menciona a quienes le sobreviven. Simplemente hay una foto con su inolvidable sonrisa, ésa que te contagia y te tranquiliza entre la melancolía de días como éste. Tengo el libro siempre a la mano para poder retirarlo del estante fácilmente cada vez que, como hoy, quiera alegrar mi día recordando algunos de sus sueños y experiencias, amores y secretos, orgullos y frustraciones, planes y arrepentimientos, miedos y manías, éxitos y talentos, vicios y virtudes.




La princesa que creia en los cuentos de hadas

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